jueves, 12 de diciembre de 2013

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viernes, 15 de noviembre de 2013

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Los huertos urbanos, una tendencia en auge en Madrid
Olvidarse del teléfono móvil y cambiarlo por la azada y el rastrillo.Abandonar el supermercado para plantar las propias semillas y recoger sus frutos sin pasar por caja. Conocer gente... ¡y hablar con los vecinos! Todo ello en la ciudad, en Madrid capital, en pleno siglo XXI. Tan solo por unas horas al cabo de la semana. No es una película de ciencia ficción, es una nueva tendencia social que está cogiendo garra entre los urbanitas: cultivar huertos urbanos, públicos y comunitarios.
En Nueva York se contabilizan más de 600 cultivos, incluso en rascacielos, según datos de GreenGuerila, la organización que los promovió en los años 70. Hasta la primera dama de los Estados Unidos, Michelle Obama, tiene su propio huerto en la parte trasera de la Casa Blanca. Madrid ha sucumbido a esta moda, quien sabe si pasajera, que promueve las relaciones sociales, el aprendizaje de la agricultura y la vida sana. Apenas empezó a proliferar hace cuatro años.
La Red de Huertos Urbanos de la Comunidad de Madrid –Redhmad) ha tomado forma con la organización oficial. Nació en 2010. Entonces, según explica uno de sus portavoces, Pablo Llobera, existían cinco espacios de esta índole. A día de hoy se contabilizan 25 —aunque hay más que no se han adherido a la organización—. Jubilados, adultos, jóvenes y niños, activos y desempleados, autóctonos y extranjeros. Distintos perfiles se transforman en campesinos para volver a las raíces. El Consistorio de Ana Botella da por buena esta práctica. Deja sus terrenos y descampados en desuso a los nuevos labradores para que los trabajen. No hay nada legal, aún; pero ya comunicó recientemente que desde el Área de Medio Ambiente se facilitará terrenos desocupados a diferentes colectivos para apoyar y proteger estas iniciativas ciudadanas. En 2014 habrá una red de huertos urbanos respaldada por el Ayuntamiento de la capital.
«Por el momento, solo tres han conseguido lo que el Ayuntamiento denomina cesiones en precario; es decir, que ceda el suelo temporalmente hasta que haya otros usos», informa Llobera. Estos atienden a los huertos de Lavapiés, el de la plaza de la Cebada y el de Siglo XXI de Moratalaz. «Necesitamos que el Consistorio nos apoye porque ya ha habido desmantelamientos en Fuencarral. No queremos que sirvan de precedente», sentencia.

Del más grande al pequeño

El cultivo comunitario más grande de toda la región es el que se encuentra en lo que eran los antiguos viveros de la Universidad Complutense, justo detrás de la Facultad de Ciencias de la Información. Atiende al nombre de Cantarranas. Cuenta con cerca de 1.000 metros cuadrados y fue impulsado por tres profesores: Belén, de Veterinaria; Jon, de Químicas, y Brenu, de Sociología. Se conocían de otros proyectos similares. Allí trabajan habitualmente 20 personas. El que más horas echa es Pedro Almoguera, un madrileño desempleado desde hace cinco años, que rebasa los 40. «Estoy una media de tres horas al día. Así mato el tiempo y me entretengo. Lo utilizo también como un trampolín para encontrar trabajo porque aquí pruebo un método de cultivo biointensivo. Soy el único español que tiene ese certificado. En esta huerta estoy implementándolo», explica.
Los huertos urbanos, una tendencia en auge en Madrid
Jon enseña toda la infraestructura mientras asevera que apenas hay implicación de la gente universitaria. En el pequeño recorrido, con espantapájaros incluido, se ven aún melones, sandías, pimientos berenjenas, maíz, amaranto, sargo, calabazas, patatas, acelgas... Y, en el invernadero, con sistema de riego automático por goteo y pulverizador, crecen los brotes de los semilleros. También tienen una zona para el compostaje –creación de abono con basura orgánica, estiércol de veterinarios, incluso orina humana–.
El huerto más pequeño, de 40 metros cuadrados, es el de la Asociación de Vecinos de El Toboso, en Carabanchel. Lo llevan jubilados. «En ningún caso se contempla la venta de los productos. Lacosecha se recoge y se reparte a los barrios necesitados o entre los vecinos que lo trabajan. El criterio siempre es comunitario. Ninguna familia se autoabastece de estos huertos», aclara Llobera.

Conflictos y robos

El objetivo principal de estos proyectos son sociabilizadores. Algún conflicto puntual se produce, manifiestan desde Redhmad, pero se resuelve rápidamente. Lo que es más complicado de controlar son los robos. Algunos de los huertos no están vallados y el vandalismo es inevitable, como ocurrió en el huerto de La Quinta de los Molinos de San Blas. El pasado 6 de septiembre, unos «desalmados» –como los definen los vecinos que lo trabajan– destrozaron parte del cultivo. «Teníamos una calabaza de 17 kilos y la destrozaron. Son los jóvenes del botellón. Una pena», comenta Héctor Hyat, un residente de la zona, desempleado desde noviembre de 2012.
Héctor era agente financiero. Un día decidió apuntarse con sus vecinos a mantener el huerto. «Cuando yo era pequeño, en el barrio había chocolatadas con churros, se tomaba café en casa de los vecinos y hoy ni nos dirigimos el saludo unos a otros. Esto es una forma de entretenimiento y de retomar el contacto vecinal», sostiene.
«Para mí es un hobby. Además, al final obtienes productos que nada tienen que ver con lo que se compra. ¡Y la niña se lo pasa en grande!», arguye Teresa, una mujer que acude con su hija, de 12 años, al cultivo. La pequeña, mientras habla su madre, toma agua de un bidón gigante que han comprado los «campevecinos» y riega los bancales con hortalizas. Junto a Teresa y Héctor también está esa mañana Miguel Ángel García, un sexagenario jubilado que se divierte con el campo. Mientras labora, se expresa: «Esto no es para sacar producción, es para disfrutar, pasar el rato, conocer gente y anécdotas. Genera ilusión. Sobre todo, cuando repartes lo sembrado».